Leyenda de Edzná, Campeche: espíritus mayas de la antigüedad
Hace ya bastantes años, varios amigos de la prepa nos aventuramos a Edzná con la idea de quedarnos despiertos toda la noche porque alguien nos había contado sobre extrañas luces que se veían en el cielo —lo recuerda bien el señor Arturo Domínguez, quien me contó esta historia en otro tono. Era sábado cuando llegamos, después del mediodía. Sabíamos que el sitio cerraba entre las cinco y seis, y que los vigilantes cuidaban que nadie permaneciera dentro. Antes del cierre, nos escondimos entre los árboles, algo alejados de las pirámides principales, y allí esperamos hasta que oscureció. Regresamos después a la zona de las pirámides, procurando no hacer ruido. Primero estuvimos en una plaza por alrededor de dos horas, luego nos movimos hacia otra —creo que era el juego de pelota— y no ocurrió nada fuera de lo normal. Más adelante subimos a la pirámide más alta, la conocida como la de los cinco pisos, y allí nos quedamos platicando mucho rato, al ver que ningún guardia rondaba la zona. Cerca de las dos de la mañana decidimos ir hacia otra pirámide, y fue entonces que sucedió lo más extraño y aterrador que hemos vivido; tanto que varios terminamos enfermos de susto.
Estábamos al pie de la pirámide cuando notamos que se acercaba un grupo numeroso. Creímos que eran los vigilantes y no intentamos huir. De repente, empezó a soplar un viento fuerte, que formaba remolinos. Aquellas figuras llevaban antorchas, pero el aire no las apagaba. Al acercarse, nos pareció raro que no vestían ropa común, sino como antiguos danzantes: con taparrabos y tocados de plumas. Pensamos que iban a realizar algún rito o danza, así que nos quedamos quietos. Lo más inquietante ocurrió cuando pasaron entre nosotros, sin rozarnos, sin decir palabra, ni mirarnos. Sentí un aire helado en la espalda y empecé a temblar, más por frío que por miedo. Decir que atravesaron nuestros cuerpos es la mejor forma de contarlo, aunque no hubo contacto físico. Esa fue la conclusión que todos compartimos después.
La procesión era larga y nosotros seguíamos paralizados. Al final apareció un hombre acompañado por dos perros negros. Al acercarse, los animales comenzaron a ladrar. El hombre nos miró directamente, dándose cuenta de nuestra presencia. Pronunció algo que no entendimos, en algún idioma extraño, a lo mejor en maya antiguo, no sé, y sus ojos brillaban como tizones. Parecía que nos amenazaba, y vimos que las demás figuras venían en nuestra dirección. Salimos corriendo, aterrados, gritando. Hallamos una salida y saltamos una cerca. Nadie nos siguió, pero los ladridos de los perros se oían a lo lejos.
Todos nos enfermamos del susto. Yo me sané con una limpia que me hizo una curandera, usando hierbas y huevos. Ella me dijo que el espíritu estaba dañado, que había sido tocado por los fantasmas de las ruinas —los antiguos mayas. Si no los hubiera visto con mis propios ojos, y si mis amigos no los hubieran visto también, jamás le habría creído.
Desde aquel día, cuando alguien menciona luces de ovnis en Edzná, les digo que tal vez sea cierto, pero les aseguro que aún rondan por ahí las ánimas de los mayas de la antigüedad.
2. Otra versión de esta leyenda fue publicada en el libro Leyendas de todo México. Aparecidos y fantasmas, por Editorial Trillas (2016). Se puede adquirir en las librerías Trillas o en línea siguiendo el enlace.
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