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lunes, 2 de diciembre de 2013

Mitos y leyendas de Colima: El fantasma de la María

EL FANTASMA DE LA MARÍA EN LA LAGUNA
Leyenda de Comala, Colima



Cuentan por los rumbos de Comala que en las lagunas que se encuentran en las faldas de los volcanes de Colima suceden muchos misterios que son inexplicables y hasta provocan terror a mucha gente. Por ejemplo dicen que en la laguna La María han visto que sale en las noches una mujer, el fantasma de una mujer. Cuando se aparece, primero se forma como vapor en el agua y luego se ve un resplandor y del resplandor surge la silueta de la mujer que se transforma en un ser de carne y hueso, y es muy hermosa ella. Creen que sea el ánima de María, una muchacha indígena que se ahogó en ese lugar hace muchos pero muchos años.
   Los que han visto eso se asustan porque no es normal que una muchacha ande caminando en la superficie del agua. Y más se asustan los que ya han oído esta leyenda.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Leyendas de Guanajuato: El alma que entró al infierno



LA ESPANTOSA VISIÓN DE UN OBISPO QUE LEVITABA
Sucedido en San Felipe, Guanajuato

Déjame contarte una leyenda familiar y tómala así y sólo eso –anticipa Jorge Borjas Benavente, radicado en San Luis Potosí–. Contaba mi tía que el abuelito de ella estaba de monaguillo en una misa en San Felipe, Guanajuato, una vez que fue un obispo de León a dar la misa. A ese obispo lo tenían por santo por muchas razones, que por su bondad y cosas así, pero sobre todo porque levitaba. Sucedió que al momento de la consagración, el obispo empezó a levitar y la gente se quedó asombrada. Levitó y levitó hasta que se cayó como bulto. Se armó tanto el alboroto que uno de los sacerdotes le dijo al monaguillo, o sea al abuelito de mi tía, que fuera a la sacristía a traer sales o alcohol o lo que fuera para reanimar al obispo. Obviamente el niño se asustó mucho e hizo lo que el sacerdote le pidió.
   Años después, aquel monaguillo contaba que el obispo dijo cuando ya estuvo reanimado, pero todavía alterado por una visión: “Acabo de ver la escena más horrible que he visto en mi vida. Acaba de entrar el alma de Juárez al infierno”.
   Ésa es la leyenda familiar, que el bisabuelo estuvo traumado mucho tiempo por haber presenciado ese momento de la levitación del obispo, del alboroto y, sobre todo, por sus palabras. Y contaba que, efectivamente, el momento más dramático sucedió justamente cuando llegó la noticia oficial de la muerte de Benito Juárez, cuando aquel obispo estaba levitando y cayó como bulto por haber visto la peor escena de su vida, o sea que alma de Juárez había entrado al infierno, según la visión del obispo.

martes, 1 de octubre de 2013

Mitos y leyendas del Altiplano: Un antiguo pueblo debajo del cerro Coronado




UN ANTIGUO PUEBLO DEBAJO DEL CERRO CORONADO


Leyenda escuchada en San Rafael, municipio de Charcas, S.L.P.



En muchas partes del mundo existen relatos de pueblos fantásticos que contienen elementos convencionales para este tipo de mitología: cueva, pueblo ignoto y trasposición o alteración perceptual del tiempo, dígase sensorial y /o también física. En la región del Altiplano se cuentan varias historias con características similares, como veremos en este ejemplo.

(Puedes leer otro relato similar siguiendo este enlace: )

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Entiendo que sí es cierto eso del pueblo encantado debajo del cerro Coronado. Mi abuela nos platicaba que un pariente de la gente de antes de ella, pero qu’ella no conoció pero le platicaban de él, que una vez andaba por ese rumbo con su mula cargando lechuguilla pa’ tallar cuando vio una cueva ai en el cerro de Coronado, y que se l’hizo curioso porque nunca l’había visto a esa cueva y eso qu’él sabía andar muncho por allá. Entonces ató la mula a un mezquite ai afuera y se metió a la cueva. Anduvo mucho rato y eso que no llevaba tea, pero se miraba como que había luz adentro. De rato de muncho andar dio con un pueblo que parece qu’era de indios y ai s’estuvo con ellos un rato. Bueno, él pensó que había estado nomás un rato. Entonces que cuando salió ya era de noche y s’encontró que la mula estaba muerta y qu’el esqueleto era puro carcajo de a tiro, ya blanco de viejo, y que los bultos de lechuguilla ya eran puro polvo.

   Bien cansado llegó su casa, pero ya su casa estaba tirada de abandono y el ranchito donde vivía ya era más grande. Se durmió afuera de lo qu’era su casa y en la madrugada se puso a platicar con unos señores porque quería saber por qué estaba todo ansina de diferente, ¿vedá? Luego fue a platicar con otras gentes que le dijeron qu’eran sus parientes, pero parientes de munchos años después. O sea que le dijeron qu’ellos sabían de una plática de un tío que se había perdido y ahora parece qu’era él. Entonces él venía siendo como el tío abuelo de esas gentes.

   Esas gentes eran de la gente de mi abuela, pero ella no conoció al señor que se había perdido en ese pueblo de indios porqu’es una historia de más atrás del tiempo que le concedió Dios nuestro Señor a mi abuela.

Nota: la imagen de los cazadores indígenas fue tomada de este blog en Internet: http://ferzvladimir.blogspot.mx/2010/10/enriiquillo-guerrero-y-estratega-de.html. Que el enlace sirva como crédito y agradecimiento a su creador.
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jueves, 26 de septiembre de 2013

Fiesta de Luz 2012 en San Luis Potosí: Xantolo

Este video es del evento de Fiesta de Luz que se proyectó en la Plaza de Fundadores de San Luis Potosí en diciembre de 2012. Todo el concepto del diseño fue hecho por técnicos de la Secretaría de Turismo del estado y estudiantes de Diseño Gráfico y de Animación de la Universidad Tec Milenio, quienes se basaron en un texto que escribí ex profeso. Dicho texto es el que aparece abajo del video.


XANTOLO

Texto original de Homero Adame


Es una tarde gris, no tanto por el color del cielo sino por los atuendos de la gente y el ambiente sombrío de las familias que están reunidas en el panteón, cada cual alrededor de las tumbas de sus difuntos; tumbas sin colorido ni cruces o imágenes cristianas, tumbas de tierra humildemente adornadas con las ofrendas consistentes en alimentos y bebidas, así como el humo de los inciensos. El ambiente es de seriedad absoluta, de reflexión; ambiente de tristeza. Los mayores apenas murmuran algo entre sí. No hay cantos ni rezos, sólo pensamientos de recuerdos; tampoco se escuchan llantos porque nadie acostumbra llorar. Solamente el viento produce ruidos con las hojas marchitas que ruedan por ahí. Ese silencio es por momentos interrumpido cuando se oye algún manazo que se le da a un niño inquieto. Sus padres de esa manera le piden sosiego, silencio y respeto, mucho respeto porque hoy es el Día de los Fieles Difuntos y la tradición indica que nada debe alterar su descanso.

       Así es la costumbre entre los nativos de la sierra Huasteca, los téenek o huastecos, quienes cada año puntualmente van a los panteones de sus aldeas o pueblos para recordar a los que han muerto. Pasan la noche en vela y todo el día siguiente junto a las tumbas, conviviendo con sus difuntos en silencio y a través de los recuerdos. La costumbre se ha mantenido inalterada desde sus orígenes, que nadie sabe cuándo empezó.
        Pero esta tarde sucede algo extraordinario, algo que trastoca las rutinas, la costumbre, la tradición. La gente se siente alterada y temerosa ante la aparición de un ser fantasmal, enmascarado, que anda bailando entre las tumbas. Se oye música, pero no hay músicos ejecutándola. La gente mira con incredulidad primero, asustada después, y huye ordenadamente del panteón. Es gente supersticiosa. Todos hablan entre sí, tratando de explicar lo que han visto. Unos deciden refugiarse en sus hogares hasta que se vaya el espíritu maligno, mientras que la mayoría acuerda ir en busca del sacerdote, el chamán, para contarle acerca de lo que han visto en el panteón y pedirle que haga algo para expulsar a ese espíritu de ultratumba, cuyo único objetivo ha sido el de alterar la armonía entre la comunidad, según han concluido los mayores.
        El chamán escucha intrigado el recuento de su gente. Sabe que existen numerosos espíritus que rondan en el monte, en las aldeas, en el panteón mismo, pero uno enmascarado que baila es inaudito; jamás había oído hablar de algo similar.
        “Vaya al panteón”, le suplica la gente al chamán, cuyo rostro se ve más serio que de costumbre, rostro de preocupación.
        El sacerdote acepta, pero antes de ir tiene que preparar algunas cosas, pues es posible que deba hacer algún ritual especial para ahuyentar al espíritu chocarrero. Entretanto, y por precaución, la gente va a sus casas para armarse con garrotes, hondas y piedras.
        Sale la comitiva rumbo al panteón, con el chamán al frente y la gente atrás, armada y asustada. Entran al recinto y no es sorpresivo para nadie que el ánima enmascarada siga bailando alegremente entre las tumbas, al son de la música rítmica pero espectral. El chamán se acerca con cautela; la gente lo sigue a prudente distancia.
        “¿Quién eres? ¿Qué quieres aquí?”, le pregunta el chamán al ánima, en lengua téenek.
        “¿Acaso no me conoces? Represento la alegría y he venido aquí porque ya me cansé de verlos a ustedes tan sombríos y tristes en estas fechas de recuerdos, como si la muerte fuera una razón de tristeza cuando debería ser todo lo contrario”, responde el espíritu.
        El chamán y el espíritu hablan por un buen rato, mientras la gente sigue atenta el curso de la conversación. En cierto momento, el misterioso ser enmascarado pronuncia unas palabras en una lengua que nadie entiende, excepto el chamán, quien comprende el mensaje y luego lo trasmite a los suyos. Les dice:
        “Este espíritu es Xantolo que quiere enseñarnos cómo honrar a nuestros muertos con estas danzas”.
        Debido a sus creencias supersticiosas y luego de haber oído al espíritu hablar, la gente piensa que más bien se trata de un chistoso que anda jugándoles una broma. Murmuran todos entre sí y uno de ellos se lo dice al chamán, quien con un ademán enérgico le pide callarse. Para entonces, el rostro del chamán ya no muestra señales de preocupación, pero sigue viéndose serio, como es su costumbre. Hace hincapié a su gente que Xantolo no es alguien de este mundo terrenal, nadie de carne y hueso, sino un espíritu benefactor como ya él mismo lo ha explicado.
        En eso, y de nueva cuenta, Xantolo dice unas palabras en aquel lenguaje desconocido para los presentes y de la nada aparecen más ánimas igualmente enmascaradas que también se ponen a bailar como si todo fuera una fiesta, y no un día para sentir y expresar tristeza. Advierten que las máscaras son como de ancianos, lo cual es interpretado como si representaran a sus ancestros. La música espectral suena más fuerte y rítmica y la gente empieza a moverse con cierto nerviosismo e incluso temor, pues bailar en un cementerio es, hasta ese entonces, considerado como una falta de respeto a los difuntos.
        El chamán, con torpeza porque jamás baila ni en las ceremonias, comienza a imitar los movimientos de Xantolo y de su séquito hasta unirse a esa danza con gran ánimo. Poco a poco la gente pierde sus inhibiciones y también se une a la danza. Quienes saben tocar música fueron a sus hogares por sus instrumentos y luego siguen las notas espectrales hasta aprendérselas.
        Ese día gris, de acostumbrada tristeza, termina con el crepúsculo bajo un ambiente de gran animación. El chamán y los habitantes del pueblo se retiran del panteón cuando, con la oscuridad, Xantolo y su séquito de danzantes se desvanecieron, no sin antes haberles dicho, en lengua téenek:
        “Quiero agradecerles a todos ustedes por haberme escuchado y aceptado terminar felices este día. Mi agradecimiento es también el de sus difuntos, quienes han disfrutado de la música y las danzas. Espero que este día jamás sea olvidado por ustedes y por las generaciones por venir porque celebrar a la muerte es un acto de júbilo”.
        Con el crepúsculo de aquella tarde diferente, Xantolo desapareció y los habitantes de esa aldea no sintieron temor. Acordaron ir a las aldeas vecinas para contar lo ocurrido y explicar las enseñanzas de Xantolo. Así lo hicieron, acompañados de los músicos que enseñaron a sus vecinos las melodías de esas danzas. Del mismo modo, los artesanos enseñaron a sus colegas cómo elaborar máscaras especiales que sirvieran para esas fiestas, máscaras que representaran ancianos.
        De tal manera se corrió la voz por todos los pueblos de la Huasteca, y a partir de entonces la gente ha seguido la tradición de organizar danzas con huehues enmascarados que bailan en las calles y en los panteones con singular alegría para divertirse, en vez de sumergirse en un momento de llanto y amargura.