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sábado, 8 de julio de 2023

Leyendas tamaulipecas: La bola de fuego y otros misterios

Pos aquí se cuentan muchas cosas de la hacienda (de la Meza, en el municipio de Hidalgo, Tamps)), pos como usted se puede dar cuenta, la casa esa ya es muy vieja. Pero mire, que lo que yo le voy a contar es cierto porque a mí me pasó hace muchos años. Y lo recuerdo como si hubiera sido anoche mismo.

Yo antes vivía allá arriba, cerca del caserón viejo. Ya estaba en ruinas. Venía caminando una tarde, ya estaba obscuro; el sol se había metido hacía un buen rato. Iba pasando cerca de la iglesita cuando de pronto que veo como una luz que venía del cielo. (Leyenda publicada por Homero Adame).


Me fijé bien y era como una bola de fuego, así de grandota, y que me asusto, pos venía cayendo y pensé que a lo mejor me daba a mí mero. Pero nada, que la bolota esa se mete a la iglesia, por la parte de atrás allá donde está la cúpula. Y fíjese que no hizo ni ruido cuando cayó. 
Antes todavía la iglesia tenía techo. No, ahora ya está caído. La bola esa se metió por una cosa como chimenea pequeña que hay. Yo me quise asomar por una rendija pa' ver qué era, pero no vi nada.

Les platiqué a mis amigos, pero todos dijeron que yo había andado borracho de seguro, que por eso había asegurado decir lo que vi. Bueno, déjeme decirle, resulta que días después de aquello, andaban unos amigos conmigo y se nos hizo de noche. Yo y otro nos fuimos pa' nuestras casas, pero el otro que andaba con nosotros dijo que él se iba a meter a dormir en la iglesia. Como hacía frío esa noche, y adentro no hacía chiflón, pos este muchacho se metió. Al día siguiente nos platicó que toda la noche sentía que alguien le quitaba el poncho, que le jalaban las botas y que hasta lo pellizcaban. Pero que él creía que éramos uno de nosotros o los dos. Diji que toda la noche nos estuvo diciendo: “Ya no estén jodiendo, déjenme dormir”. (Leyenda tomada de un blog de Homero Adame).

¿A poco cree usted que ese amigo nos creyó cuando le dijimos que nosotros no habíamos estado molestándolo porque estábamos bien recogidos en nuestras casas? No, ¡qué va!, no nos creyó. Pero por Dios santito que ni yo ni el otro fuimos a la iglesia en la noche. Han de haber sido las ánimas que lo molestaban. Y él creía que éramos nosotros.

Nota: esta leyenda fue publicada en mi libro Mitos, cuentos y leyendas. Tradición oral de Nuevo León por Ediciones Castillo, en Monterrey, 1998.


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