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jueves, 17 de diciembre de 2020

Mito de creación kiliwa

Comparto esta maravilla de un registro relativo a una lengua que está a punto de desaparecer porque ya casi no quedan hablantes de ella.

Y como dijo José Manuel del Val Blanco, casi citando a Miguel de León Portilla: "Cuando se muere una lengua, muere una forma de ver el mundo"...


El hombre-coyote-luna

https://masdemx.com/2019/05/kiliwa-lengua-indigena-mexico-mexicana-hablantes-extincion/




martes, 29 de septiembre de 2020

La rata vieja

 



Sandia es una comunidad del municipio de Galeana, N.L. Creció alrededor de una estancia en el pasado perteneciente a la hacienda de Nuestra Señora de la Soledad, cuyo casco se ubica a pocos kilómetros de distancia, hacia el sureste, en el municipio de Aramberri.


Para leer más sobre los huachichiles, Mitos y leyendas de huachichiles, en su segunda edición de 2024, tiene relatos inéditos que Homero Adame recopiló tiempo después de la primera edición (en 2008) durante sus recorridos por las semi desérticas llanuras altiplanenses; relatos que aluden directamente a los huachichiles, grupo del cual poco se sabe, pero Homero Adame nos da una muestra a través de la óptica legendaria, área que le es muy conocida. Debemos recordar que la historia conocida es la versión de los vencedores, sin embargo, gracias a estos relatos y leyendas recopiladas por el también  “arqueólogo de la tradición oral” podemos dar un atisbo de la vida y las creencias de los vencidos.Y para dar un cierre inesperado a este trabajo, el también escritor y novelista incluyó un relato adicional, obra de su pluma, de su creatividad literaria y de su fascinación por los huachichiles; relato que nos permite imaginar cómo eran estos habitantes del ayer, cómo vivían, cuáles eran sus idiosincrasias y muchas cosas más. 

El libro está disponible en Amazon, siguendo estos enlaces:

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viernes, 3 de agosto de 2018

Leyendas de Zacatecas: El hacedor de lluvia

EL HACEDOR DE LLUVIA
(Leyenda de Villa de Cos, Zacatecas)


Aquí es una tierra muy seca, pero hay aguajes de la antigua hacienda de Illescas, de la de Sierra Hermosa y hasta de la de Guanamé; aquí pues es el desierto y no es muy llovedor, ¿verdad? Pero cuentan que mucho más antes había gente que sabía traer la lluvia. Como por ejemplo hubo un hombre, que yo creo que era indio de no sé qué tribu –porque antes había aquí varias tribus, unos de Zacatecas [zacatecos o caxcanes] y otros de por el rumbo aquí del estado de San Luis [huachichiles]–. Entonces dicen que los hacendados de Illescas mandaban traer a uno de esos hombres que vivía en un ranchito serrano de Villa de Cos –está del lado zacatecano– para que hiciera llover y se llenaran los aguajes porque había temporadas muy largas de sequías muy duras –explica la Sra. Inés Sosa Dominguéz, radicada en Santo Domingo, SLP.

   Este hombre sabía las danzas de la lluvia. Pero eran danzas no como de los matachines o las pastorelas que van a Catorce a las festividades de San Panchito, o los matachines que bailan aquí el 4 de agosto en la fiesta patronal. No, ese hombre que le digo era pues hacedor de lluvia porque él sabía bailar, y dicen que lo llevaban primero a la hacienda y luego a los aguajes de la hacienda. Aquí mero en Santo Domingo estaba uno de los aguajes –todavía quedan partes de las ruinas del aguaje que le digo, vaya a verlo al ratito, está de aquel lado–. Entonces ese indio zacatecano –habrá sido huichol a lo mejor–iba a los pueblos y las haciendas y ponía sus no sé, serían monitos o las plumas de algunas aves, y luego prendía candelas y que hacía un círculo con braceros y que echaba una plantita seca que creo le llaman «istafiate». Y el hombre se ponía a bailar con sus cascabeles aquí en las pantorrillas y tocaba un tamborcito. Bailaba, bailaba y bailaba toda la tarde cuando había tarde de nubes, y ya para cuando empezaba a pardear la tarde, cuando se metía el sol, empezaban los rayos y los truenos y es cuando él echaba más hojitas del istafiate ese que le digo en los braceros y de rato empezaba la lluvia. ¡Y eran aguaceros, grandes aguaceros de los que ya no se ven!, pero tampoco eran culebras, de esas culebras de agua; eran lluvias fuertes que se lograban gracias al conocimiento –o sería la magia– de ese indio del rumbo de Zacatecas que le digo. Pero se acabó o se habrá muerto o quién sabe qué habrá sido de él porque de esto que le digo fue hace muchos años, muchos muchos años. Entonces a lo mejor ya no quedó alguien que siguiera la costumbre de él o alguien a quien él le haya pasado el conocimiento ese de hacer llover. Y pues se acabó él y luego se acabaron las haciendas, y los aguajes pues ya quedaron abandonados y con eso se acabó la lluvia que este señor sabía traer. (Leyenda encontrada en un blog de Homero Adame.)
            Y ahora las lluvias vienen nomás de vez en cuando, pero ya no tanto como en aquel tiempo cuando ese hombre que le digo sabía cómo organizar las nubes para que cayera el agua e inundara todo este rumbo y llenara los aguajes.

Los llamados «graniceros» o «teciutleros» (cuyo origen viene de los teciuhtlazque nahuas) son personas que, entre otras funciones, tienen el conocimiento para hacer llover y todavía en la actualidad existen por doquier. La narración que tenemos enseguida nos habla de un granicero, y sus rituales, que era contratado para traer los chubascos a la región de Villa de Cos, Zacatecas y Santo Domingo, SLP, una de las más áridas del Altiplano. No sabemos a cuál etnia haya pertenecido, pero entre corchetes pusimos las posibilidades.



Para leer más sobre los huachichiles, Mitos y leyendas de huachichiles, en su segunda edición de 2024, tiene relatos inéditos que Homero Adame recopiló tiempo después de la primera edición (en 2008) durante sus recorridos por las semi desérticas llanuras altiplanenses; relatos que aluden directamente a los huachichiles, grupo del cual poco se sabe, pero Homero Adame nos da una muestra a través de la óptica legendaria, área que le es muy conocida. Debemos recordar que la historia conocida es la versión de los vencedores, sin embargo, gracias a estos relatos y leyendas recopiladas por el también  “arqueólogo de la tradición oral” podemos dar un atisbo de la vida y las creencias de los vencidos.Y para dar un cierre inesperado a este trabajo, el también escritor y novelista incluyó un relato adicional, obra de su pluma, de su creatividad literaria y de su fascinación por los huachichiles; relato que nos permite imaginar cómo eran estos habitantes del ayer, cómo vivían, cuáles eran sus idiosincrasias y muchas cosas más. 

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domingo, 1 de abril de 2018

Leyendas hidalguenses: Los Frailes


Leyenda de Los Frailes
(El Arenal, estado de Hidalgo)

Bueno, de esos peñascos que pregunta, sí, tienen su historia, bueno, más bien su leyenda porque de historia, historia la verdad no sé, pero de las leyendas sí –anticipa el señor Ramón Uribe, en San José Tepenené–. Mire, usted bien ha de saber que las leyendas tienen muchos cambios porque yo las cuento de una manera, usted de otra, y otra gente la cuenta como ellos quieren o como se la saben, ¿verdad? Y esta leyenda de los picachos o peñascos que les dicen que los frailes, o sea que es la leyenda de unos frailes. (Encontrada en un blog de Homero Adame.)

Una de las leyendas dice que hace muchos, pero ya muchos años estaban los frailes agustinos construyendo sus conventos y que ya habían terminado el de Atotonilco el Grande y entonces mandaron a la gente a otras partes a poner más conventos, ¿verdad? Un grupo de frailes y monjas se vinieron para acá, bueno, iban a Actopan a construir el convento, y ahí iban ellos en peregrinación y dormían donde les cayera la noche. Entonces una noche un fraile y una monja se hicieron ojitos, se fueron a lo más oscurito y como todo hombre y mujer que se gustan y tienen sus deseos, estos dos tuvieron allí su amorío aunque fueran religiosos. Pero el fraile principal –ese que parece que le dicen que el prior– se dio cuenta y les puso una santa regañiza por pecadores y dijo un conjuro tan fuerte que la tierra tronó y el fraile y la monja se quedaron convertidos en piedra. Eso dice una leyenda.

Aquí le va otra, parecida, pero un poquito diferente: cuando estaban los frailes construyendo el convento de Actopan siempre tenían que ir a donde fuera a traer agua o materiales para la construcción. Resulta que uno de ellos se fue más lejos y subió a los cerros y arriba se encontró a una muchacha muy chula y con ella rompió sus votos de la castidad. Dicen que del cielo cayeron dos rayos que convirtieron al monje y a la muchacha en piedra. (Leyenda de Homero Adame.)

Ahora, la verdad es que eso de los picachos con esa forma viene de mucho más antes, o sea que son muy pero mucho muy antiguos y sabemos por acá que hay historias que cuentan los inditos otomíes en su lengua, su lengua que nomás ellos entienden y uno se entera porque luego hay gente que cuenta las historias de ellos pero ya en español, ¿verdad? Aquí le va una de esas leyendas de los otomíes:

Según cuentan ellos, los otomíes de más antes llegaron a lo que es el Valle de Mezquital donde pusieron sus ranchitos y empezaron a cultivar las tierras. Pero había muchos de ellos que todavía no se acostumbraban a estar en un solo lugar y se iban de cacería a los montes, a las serranías. Muchas veces se iban los hombres solos o también se llevaban a sus mujeres y familias porque se iban mucho tiempo a la cacería y regresaban al pueblo con las pieles para cubrirse en los inviernos. Algo así dice la historia. Pero la leyenda de los picachos que cuentan los otomíes tiene que ver con dos de ellos que eran digamos que marido y mujer y andaban en la punta del cerro con sus chilpayates; eso fue una tarde que empezó a tronar muy feo, con rayos y lluvia. No había donde guarecerse de la tormenta y tuvieron la mala fortuna de que un rayo los mató. Estaban ellos abrazados y el rayo los partió, o sea que los separó. Cuando terminó la tormenta llegaron otros compañeros y los encontraron bien tiesos, así como carbón; no los enterraron porque antes los otomíes no tenían esas costumbres. Los dejaron allí. Y bueno, ya con el tiempo, el sol y la lluvia los cadáveres carbonizados fueron creciendo tanto que se volvieron de piedra y los demás otomíes empezaron a venir a estos rumbos a venerar a sus antepasados, o sea a esa pareja, y también a los chamacos que desde acá no se ven pero allá están, también vueltos piedra. Y es así como empezaron a quedarse los otomíes en estas tierras que ahora son los pueblos de San José Tepenené, El Arenal, Actopan y muchos más antes de que llegaran los frailes españoles con sus ideas, su religión, su cultura.

Nota: la segunda foto de este texto fue tomada del blog Actopan, Hidalgo. Que el enlace sirva como crédito y agradecimiento a su autor.

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jueves, 26 de febrero de 2015

Leyendas de Zacatecas: el hombre que aparece en El Grasero



De huachichiles e irritilas
Leyenda de Concepción del Oro, Zacatecas

Años atrás se hablaba de un hombre que vestía de una manera muy rara. Se le veía con un arco y una flecha y más que caminar parecía que flotaba. Siempre se dirigía al mismo lugar, donde hoy se localiza El Grasero. Se hincaba y ponía su frente en el suelo. Permanecía un tiempo allí y luego se desaparecía, se esfumaba. (Después se llegó a la conclusión de que se trataba de un indígena irritila, de los muchos que cohabitaron con los huachichiles en las sierras de lo que hoy es Concepción del Oro.) Leyenda encontrada en un blog de Homero Adame. 

Una hermosa y joven mujer de la tribu de los huachichiles acostumbraba andar por el que hoy conocemos como el cerrito de la Cruz. Juntaba mezquites, que formaban parte de su alimentación. Un día, andando en esos menesteres, sintió que alguien la observaba. Al dirigir su mirada a lo alto del cerro, descubrió a un apuesto indígena de la tribu de los irritilas, hombre alto, muy bien formado, que andaba de cacería con su arco y su flecha. Tras saberse descubierto, el joven bajó despacio por la ladera del cerro, sin perder de vista a la joven. Cuando ya estaba a cierta distancia, preparó su flecha en el arco y la dirigió hacia la huachichil. Ella se quedó petrificada, anticipando lo peor. El joven disparó la flecha y en unos instantes cayó una serpiente que estaba enroscada en una rama del mezquite. La hermosa huachichil recuperó el aliento y corrió hacia el irritila; lo abrazó y le dio las gracias de todo corazón. Ése fue un momento en que por primera vez se vieron a los ojos y sintieron que el amor los había atrapado. A partir de aquel día se les veía por todas partes siempre corriendo entre las florecillas del campo. Sus risas eran acompañadas por el alegre trino de los pajarillos. Se sentaban bajo la sombra de los pirules. Y un lugar muy especial al que acudían era el arroyito de aguas cantarinas donde se les veía refrescar sus cuerpos siempre felices, siempre riendo y enamorados. Pero siempre algo sucede que nubla la dicha de una pareja que vive tan feliz…

Resulta que un huachichil se moría de celos porque pretendía a la joven y ella no le correspondía. A todo momento la seguía. A la distancia la observaba con el irritila, conforme urdía la forma de acabar con ese amor que no pudo ser para él. Un día siguió a la joven y precisamente en ese lugar que hoy se conoce como El Grasero y que era el lugar donde se reunían los enamorados, le dio muerte con su puñal, clavándolo en su pecho. En ese preciso momento llegaba el joven irritila a reunirse con su amada. Al darse cuenta, el huachichil preparó su arco y su flecha y le disparó a su rival de amores, hiriéndolo de muerte. El joven irritila se arrastró hasta donde estaba su amada, puso su cabeza sobre el pecho de ella y allí murió. El joven huachichil se fue furioso porque ni en la muerte logró separarlos. Leyenda tomada del blog de Homero Adame. 

Cuentan que ese día el cielo se oscureció y empezó a llover; que era una lluvia triste como si el cielo llorara por la muerte de esos enamorados. Los pájaros dejaron de emitir sus cantos y las flores del campo doblaron sus tallos en señal de duelo.

Se dice que el hombre que aparece y desaparece en El Grasero es el joven irritila que de vez en cuando va al lugar donde le quitaron la vida a él y a su amada.
 
Nota: esta leyenda fue compartida por Lucila Torres Ortiz y las fotos son de Carlos Ponce. Gracias a ambos.

jueves, 30 de octubre de 2014

Mitos y leyendas de Yucatán: El Tzukán, la serpiente del cenote



TZUKÁN, EL MONSTRUO DEL CENOTE
Leyenda escuchada en Chunkanán, municipio de Cuzamá, Yucatán
 
Ya había oído hablar de un monstruo o serpiente que habita en los cenotes de Yucatán, pero no sabía exactamente qué o cómo era. Andando en una ocasión de viaje por la península yucateca, caímos de casualidad a una hacienda todavía henequenera, la de Chumkanán, donde en un tendajo platiqué con los hermanos Echeverría. Uno de ellos, escritor empírico tanto en español como en maya, me platicó algunas leyendas locales y me habló del cenote que se encuentra a menos de cuatro kilómetros de ahí. Obviamente fuimos a conocerlo. El recorrido se hace en «truc», una especie de vagón abierto de ferrocarril, muy pequeño, y tirado por mula o caballo, que se usa para acarrear el henequén. Texto de Homero Adame.

Como ya llevaba conmigo la referencia del monstruo del cenote, que le llaman «tzukán» (puede estar mal escrito), cuando llegamos al cenote y bajamos por una escalera de concreto hasta el tranquilo espejo de agua, le pregunté a Silverio, nuestro guía y «chofer» del truc, si sabía algo del mentado monstruo. El rostro de Silverio se tornó serio, casi sombrío, y mirando hacia todos los rincones del cenote me dijo: “Si quiere, primero dese un chapuzón y ya cuando salgamos le cuento lo que a mí me han platicado.” Su respuesta se me hizo enigmática, pero intuí por qué no quería hablar en ese momento: los yucatecos tienen un ancestral respeto por estas pozas naturales. Alrededor de una hora más tarde, ya en el exterior y bajo la sombra de un árbol, Silverio me contó lo siguiente:

“Aquí todos sabemos del tzukán. Yo nunca lo he visto ni quiero tener la mala fortuna de encontrármelo, pero dicen que vive en los cenotes, que puede salir en éste o en cualquier otro, porque todos los cenotes están comunicados por abajo. Me platicaba mi papá que hace muchos años dos muchachos vieron al animal ése, y sólo uno pudo vivir para contar su experiencia.

Habrá sido hace como un medio siglo más o menos. La hacienda estaba en buena pujanza, el henequén daba riqueza y en temporada los hacendados contrataban a gente extra para darle más duro al jale de la fibra. Entonces parece que una vez que contrataron a muchos trabajadores extras andaban dos entre la bola que vinieron de un lugar que le dicen «Sotuta».

Un día se vino por este rumbo una cuadrilla en los trucs a cortar henequén y ya en la tarde se fueron de regreso. Pero esos dos muchachos, que traían un truc, se quedaron mero atrás porque dijeron que se iban a meter a darse un chapuzón aquí en este cenote –en aquel tiempo no había escalera; creo que bajaban agarrados de una riata–. Los compañeros que sí sabían la historia les dijeron que no se metieran cuando oscurece porque luego sale el tzukán, pero ellos no quisieron creer. (Leyenda recopilada por Homero Adame.)


Contaba mi papá que habrán sido como las diez de la noche cuando llegó uno de esos muchachos bien asustado. Llegó solo, sin su compañero y sin el truc. Del susto se fue corriendo hasta el pueblo y dejó el truc con bestia y carga aquí mismo. Entonces platicó ese muchacho que ya se habían bañado en el cenote y que ya se iban a salir cuando de repente como que el agua comenzó a burbujear. Los dos se asustaron y corrieron a la salida, o sea rumbo a la riata para treparse. Como él llegó primero, fue el primero en subir, pero en eso estaba cuando su compañero echó un gritote bien feo. Dice mi papá que dijo ese muchacho que vio para abajo –todavía había buena luz, aunque ya era de tarde– y que alcanzó a ver a un animal de color verde, como una serpiente de cabeza como de perro que se les venía encima. Entonces que el tzukán agarró a su compañero de un pie y lo arrastró, y que su compañero iba gritando bien feo. No, con el miedo pues no se iba a quedar a ver si le ayudaba a su amigo, ¿no?

Luego al día siguiente fueron varios hombres y encontraron bastante sangre aquí abajo junto al agua, y vieron unas huellas muy raras. Entonces sí fue cierto eso que el tzukán se comió a ese trabajador. Ah, y luego parece que el muchacho que lo vio estuvo muy malo de espanto y que mejor se regresó a su tierra. Creo que nunca volvió a Chumkanán”.

Notas:
1. El dibujo prehispánico de las serpientes fue tomado del sitio de Internet Los viajes del agua en el Mayab. Que el enlace sirva de crédito a su creador.
2. Las fotografías del truc y del cenote son de Homero Adame.

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domingo, 5 de enero de 2014

Costumbres, cuentos y leyendas de Nuevo León: Los jicos



LOS JICOS

Costumbre, cuento y leyenda del Altiplano

Hay extraña una costumbre que es propia de algunas poblaciones altiplanenses del sur de Nuevo León, dentro de los municipios de Doctor Arroyo y de Mier y Noriega. Se trata de una especie de fiesta sin comparación, la cual se celebra de manera espontánea y tiene como base el compadrazgo.

       Todo surge de un fenómeno natural y poco frecuente que se da en algunas plantas, cuando dos frutas crecen juntas o pegadas, dígase dos tunas, dos elotes o dos calabazas, a las cuales regionalmente se les conoce como “jicos”. La costumbre consiste en que la persona que encuentra y corta los jicos se los regala a otra, y ésta queda comprometida a secarlos y reducirlos en harina y luego prepararla como dulce para después entregar la mitad del producto a quien se lo regaló. Al hacer esto, se realiza la fiesta y los dos amigos se convierten en compadres.

       ¿De dónde o cómo surge dicha costumbre? Nadie parece saberlo, pero hay una leyenda, que algunos ancianos narran a guisa de cuento, que bien podría darnos una pista.


      Hace muchos años, tantos que ya no hay quien recuerde cuántos, andaba una joven mujer huachichil en el monte cortando frutas. El tiempo de frío había llegado y era su obligación juntar provisiones para el largo invierno. Ella estaba embarazada y pronto iba a dar a luz. Como buena indígena, sabía que, de ser necesario, pariría sola, sin la ayuda de alguien, como lo habían hecho su propia madre y todas las otras mujeres de su aldea. Si le llegaba el momento andando sola en el monte, no debería haber problema.

       La época de tuna ya había concluido y era la fruta más preciada por los huachichiles. En eso, la mujer descubrió unos jicos de tuna en lo alto de una nopalera. Inútilmente trató de alcanzarlos con su mano; luego, buscó una vara larga o cualquier cosa que le ayudara, sin suerte alguna. Pensó en tumbarlos de una pedrada, pero eso hubiera hecho que las tunas se echaran a perder. Siguió intentando de muchas formas, incluso poniéndose en riesgo, hasta que pudo cortarlos con la mano. Para su mala fortuna, perdió el equilibrio y cayó entre la nopalera. Como nadie estaba cerca de ella para auxiliarla, no pudo moverse y quedó muy grave, tanto por el frío como por las heridas de las espinas. En la mañana, aún con vida, unos cazadores la encontraron y la cargaron de regreso a la aldea. Llevaba aferradas en sus manos las dos tunas, los jicos.

       Resulta que antes de morir, dio a luz a dos niños, algo al parecer inusual, al menos en esa aldea huachichil. Como el hombre de ella andaba de cacería con otros compañeros, la gente esperó su regreso para que él mismo decidiera qué hacer con los bebitos. Mientras tanto, éstos fueron entregados a dos mujeres para que los amamantaran.

       Pasó el invierno y el padre de los dos niños jamás regresó ―es posible que haya muerto durante una cacería―. Los gemelos hubieran crecido en la misma aldea de no haber sido por una circunstancia imprevista: hubo una lucha territorial entre huachichiles y xi’oi; a las mujeres y niños los llevaron a sitios seguros, lejos del campo de batalla. Fue así como los hermanos quedaron separados, al igual que los pobladores de aquella aldea, quienes con el paso del tiempo formaron dos o tres clanes distintos.

       Transcurrieron los años y varios clanes de la nación huachichil decidieron hacer alianzas entre ellos para crecer en número y unir la fuerza de sus guerreros con el propósito de hacerles frente a los enemigos de otras tribus o naciones. Para lograr las alianzas, era necesario desposar a los jóvenes de diferentes clanes, quienes no tenían inconveniente en hacerlo. Así, el jefe de un clan, y padre de dos hermosas doncellas, ofreció a sus hijas a sendos jóvenes guerreros. Como hubo muchos pretendientes, el hombre les dijo que las daría en matrimonio a los dos guerreros que trajeran las mejores ofrendas. Todos salieron en busca de algo para complacer al futuro suegro.

       Al tercer día, regresaron los pretendientes con sus ofrendas o dotes. Las exhibieron ante el padre de las doncellas para que tomara su decisión. No batalló mucho en hacerlo. Dio las manos de sus hijas a dos jóvenes que habían traído, cada uno por su lado, jicos de tunas, pues eso había sido algo excepcional. Encontrar jicos no es tarea fácil; encontrar dos jicos de una misma fruta es más difícil; que dos jóvenes hubieran llevado una ofrenda igual era algo por demás inusual, y por dicha razón el jefe del clan decidió de inmediato quiénes serían sus yernos.

       Lo que tal vez él no supo, ni los jóvenes tampoco, fue que ellos eran aquellos gemelos cuya madre murió cortando jicos. El destino los volvió a unir, ahora casados con dos hermanas.


Esta leyenda se publicó en 2008 en el libro  Mitos y leyendas de huachichiles por la Secretaría de Cultura del estado de Oaxaca como resultado del trabajo ganador del Premio Mito y Leyenda "Andrés Henestrosa", 2007. Ahora en 2024 el autor lanzó una segunda edición revisada y aumentada con material que recopiló tiempo después.


El libro está disponible en Amazon, tanto para formato digital (Kindle) como para impreso.

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