LEYENDA
DE JIPAK Y DE LA FUNDACIÓN DE TANCOCO
(Toponimia.
Tancoco: de Tan, lugar y cucú, paloma = Lugar de las palomas)
Por
el año de 1400 vinieron del norte tribus de olmecas, nahoas y toltecas. Estos
últimos acamparon en un lugar que llamaron Cacateapam, que significa árbol de
ciruelas moradas junto a un templo. Venían guiados por un anciano jefe de la
tribu, a quien su Dios le dio una señal donde fundaría un pueblo importante;
empezaron a construir sus chozas, las cuales fueron mejorando, y empedraron las
calles (quedan vestigios).
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Todos
vivían como en un paraíso terrenal, tranquilo y feliz. Cada habitante de
Cacateapam poseía una piedrita cuadrada como de quince centímetros de largo,
seis centímetros de ancho y dos y medio centímetros de espesor (según datos
recopilados). Esta piedrita mágica satisfacía en cualquier momento sus
problemas de alimentación y de salud. Con sólo decir U-le-tin-jayul o
ibach-yaulach, surgían como por encanto la alimentación que ellos deseaban o el
remedio a sus males, si tenían alguna molestia. Entre ellos estaba
Choquil-an-ap, Dios del trueno y de la lluvia.
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El
tiempo trascurrió apacible y tranquilo en Cacateapam, hasta que un día otra
tribu de mujeres que venía del norte acampó cerca, como a tres kilómetros, por
el sureste, en un lugar denominado “La Laja”. Su jefe y guía traía consignas de
su Dios para que en ese lugar fundaran una ciudad, que con el tiempo sería
capital de un gran imperio, el más importante, según cuenta la leyenda. Esta
tribu era bien organizada y empezó a construir viviendas y su templo con
piedras y mampostería.
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Pero
un sentimiento maléfico y destructor nació en algunos habitantes de Cacateapam,
ese sentimiento que todos llamamos envidia y el Mam o jefe, los reunió y les
llamó la atención, recriminando su mal comportamiento, diciéndoles que si no se
corregían les vendrían grandes males.
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Y
todo parecía haberse superado, pero una mujer, burlándose de ellos, hizo este
comentario: In-ulal-ed-albel-ni-yeche-bichou,
Ejtal-ni-amulil-neech-ca-ulich-jon-ti-cuajat-chi-yeche-teneclap, y al decir
esto, la piedrita mágica que ellos llamaban Taj, desapareció de sus manos y se
hizo pedazos.
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Al
ver la hostilidad de que eran objeto, sus vecinos optaron por retirarse,
abandonando todas sus construcciones, quedando solamente ruinas, peregrinaron
hacia el sur para encontrar otra señal y fundar la ciudad prometida por su
Dios. Pero antes de irse, el jefe o Yejchel-mam, les profirió una maldición y
dijo: “Todas las mujeres de Cacateapam serán castigadas, se quedarán sin la
protección del hombre, y todos los hombres que nazcan de aquí en adelante
morirán”. Y así fue, porque algunos hombres empezaron a morir y los que nacían
también.
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Todo
se convirtió en tristeza y desolación, pero como tenían que sobrevivir,
empezaron a cazar y pescar, sembraron granos, principalmente maíz y frijol.
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El
tiempo iba transcurriendo, ya casi no había hombres y esto preocupaba
grandemente a Inic-Mam, el gran jefe de la tribu, que se veía impotente para
remediar la situación. Hacían ofrendas y rogaciones, pero no fueron escuchados,
hasta que Inic-Mam tomó una decisión: cambiaría a su pueblo de lugar a dos
kilómetros hacia el sur para ver si así cesaba la maldición de Yejchel-Mam. Abandonaron
Cacateapam y se vinieron hacia el sur fundando otro pueblo, que llamaron
Tan-cucú, por el gran número de mujeres que lo poblaron, creyendo que solamente
así cesaría la maldición. Pero para su desgracia, no fue así, porque grande fue
su sorpresa que cuando nació el primer niño, vieron llegar del sur a un ser
horripilante volando, mitad hombre y mitad gavilán de la cintura para arriba, a
quien llamaron Jipak, que al andar volando les habló y les dijo, “Yejchel-Mam
me manda porque la maldición seguirá aunque se hayan cambiado de pueblo. Cada
niño que nazca, al cumplir exactamente un año, tendrán que depositarlo como
ofrenda en el lugar que abandonaron sus vecinos, en La Laja, en la piedra alta
y cuadrada que se parece una cuna, para que ustedes vean cómo lo voy a devorar.
Si no cumplen, les vendrán todos los males del mundo”. Al decir esto se fue
volando.
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Al
cumplir un año el primer niño que nació en Tan cucú, lo llevaron en procesión,
llorando todos al mismo tiempo, a depositarlo en el lugar convenido y vieron
como el horrible Jipak lo devoraba.
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Y
así sucesivamente cada niño que nacía corría la misma suerte, los padres no
podían hacer otra cosa que lamentarse, Inic-Mam, el jefe no sabía qué decisión
tomar. Hasta que un día llegó un muchacho joven, sano y fuerte, que unos
llamaron Uti y otros Shinguiri, que al darse cuenta del mal que padecían, les
prometió que los ayudaría. Pero para esto, tendría que esperar hasta que
naciera un bebé. Por fortuna nació un niño a quien llamaron Chacan-cuitol, su
nacimiento fue todo un acontecimiento.
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Shinguiri
les dijo que lo ayudaran a tejer una onda que llevaría cerdas de jabalí,
pedazos de piel de todas las serpientes y cabellos de todos los animales que
había en la sierra, y tenían que celebrarse ritos, velaciones y rogaciones en
el templo; y además, tendría que curar la onda con ciertas hierbas para que no
fallara, así lo hicieron.
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Al
cumplir un año Chacan-cuitol, se fueron en procesión a depositarlo en el lugar
de costumbre y Shinguiri les dio instrucciones de que se retiraran un poco más
lejos. Y al depositarlo, inmediatamente apareció Jipak. En el momento en que se
disponía a devorarlo, Shiguiri accionó su onda y de una certera pedrada en la
cabeza derribó al Jipak.
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Al
ver esto las mujeres se abalanzaron para verlo de cerca y rescatar a
Chacan-cuitol. Con alegría desbordante regresaron trayendo a Shinguiri como
héroe y trajeron al Jipak para exhibirlo. Durante varios días vinieron de otros
pueblos a verlo, hasta que se desintegró y sus restos fueron enterrados en
medio del templo.
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Pasó
el tiempo y todo se fue normalizando y olvidando, ya Chacan-cuitol había
crecido y era un hombre. Los padres de familia se lo disputaban para sus hijas,
y todos los varones que nacían ya estaban comprometidos. De ahí nació la
costumbre de que los matrimonios los arreglaban los padres, por lo tanto, se
fomentó el machismo.
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Toda
la gente se empezó a portar mal con quien les había hecho un gran favor. Shinguiri
se sentía muy triste al ver la ingratitud. El único que lo quería mucho era a quien
había salvado. Un día Shinguiri le aconsejó que contrajese matrimonio con una
joven que, según él, poseía grandes virtudes y le dijo: “Cásate cuando antes
porque el Dios Choquil-an-ap está muy enojado por el mal comportamiento de los
habitantes de Tan cucú y va a castigar a todos. Va a llover muchos días y
muchas noches. Construye una caja de madera grande, donde puedas reunir muchas
provisiones y una pareja de animales de cada especie, invita a quien quiera
escucharte”.
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Pero
todos se reían de él cuando les comunicaba lo que Shinguiri le había confiado. Al
ver que nadie lo tomaba en cuenta, empezó a construir la caja grande. Poco a
poco fue juntando los animalitos. En esos días Shinguiri desapareció y empezó a
llover de día y de noche. Al ver que el agua iba subiendo, Cuitol y su esposa
subieron a la caja, viendo con desesperación cómo se inundaba todo el pueblo y
algunos le gritaban que los salvara, pero él ya no podía hacer nada por ellos.
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El
agua fue subiendo hasta rozar el cielo, entonces un conejo travieso, al
asomarse y ver tan cerca el cielo, brincó y al querer regresar ya no pudo, y se
quedó sentado en la luna esperando que lo rescaten.
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El
agua poco a poco fue bajando hasta que llegaron a tierra firme. Cuitol dio
órdenes de que nadie bajara ni saliera de la caja y todos obedecieron. Al
tercer día mandó al zopilote a explorar y que buscara en donde había quedado
Tancu cú. El zopilote salió y buscó el lugar, sólo encontró desechos, y a pesar
de que habían recomendado no tocar ni comer nada, no soportó la tentación y se
hartó, pero ya no pudo regresar.
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Así,
poco a poco fueron mandando distintos animales para que llevaran el mensaje. Pero
unos por una causa y otros por otra, no regresaron. Hasta que mandaron a la
chuparrosa y le dijeron: “Vete a ver lo que pasa, pero tú no hagas lo que han
hecho los demás, por favor regresa y tráeme el mensaje”.
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La
chuparrosa se fue y vio todo lo que pasaba, y aunque le insistieron, no quiso
defraudar la confianza que habían depositado en ella y regresó. Dio toda la
información y Dios dijo que la chuparrosa sería en adelante, un animal sagrado.
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Cuitol
y su esposa regresaron y empezó una nueva generación a poblar Tancu cú. Todos
se portaban muy bien vivían felices y tranquilos, hasta que otra mujer, a quien
llamaban Dac-cham-usum, vino a romper la tranquilidad, porque ella sabía el
arte de la hechicería y enseñó a algunos sus malas artes.
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Entonces
otro de los Dioses, llamado Kamal, se enojó mucho y les dijo: “Neech-ka-chikan-ankailal”,
y al decir esto, alrededor de Tan cucú empezó a arder y las llamas iban
devorando y cercando el poblado. Entonces todos pedían a Dios que los
perdonara, y al ver este cuadro desolador, la Virgen de Guadalupe también le
pidió a Dios que los perdonara, y empezó a llorar tanto que sus lágrimas iban
formando una bellísima cascada que fue apagando el fuego poco a poco.
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Cuenta
la leyenda que el día que la gente se vuelva a portar mal, esa bellísima
cascada se va a secar y todos morirán devorados por las llamas.
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Por
lo pronto, en el cerro más alto de la sierra de Otontepec, que se divisa antes
de llegar a Tancoco, se ve la imagen de la Virgen de Guadalupe, y a su lado una
bellísima cascada llamada y conocida por todos como “cascada de la Virgen de
Guadalupe”.
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Trabajo
ganador del primer lugar en el concurso literario sobre leyendas de Veracruz,
que convocó el Departamento de Investigaciones Estéticas y Difusión Cultural de
la D.G.E.P.
Trascrito
en forma total de su original con autorización de la Profra. Blanca Estela de
la Cruz Sarmiento, hija de la autora, como un homenaje a su señora madre, la
Profra. Malaquías Sarmiento Martínez.
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Esta
leyenda fue publicada en el libro “Cuextécatl volvió a la vida”, de José Reyes
Nolasco y se publica en este blog con autorización de la autora y del
recopilador.