Este video es del evento de Fiesta de Luz que se proyectó en la Plaza de
Fundadores de San Luis Potosí en diciembre de 2012. Todo el concepto
del diseño fue hecho por técnicos de la Secretaría de Turismo del estado
y estudiantes de Diseño Gráfico y de Animación de la Universidad Tec
Milenio, quienes se basaron en un texto que escribí ex profeso. Dicho
texto es el que aparece abajo del video.
XANTOLO
Texto original de Homero Adame
Es una tarde gris, no tanto por
el color del cielo sino por los atuendos de la gente y el ambiente sombrío de
las familias que están reunidas en el panteón, cada cual alrededor de las
tumbas de sus difuntos; tumbas sin colorido ni cruces o imágenes cristianas,
tumbas de tierra humildemente adornadas con las ofrendas consistentes en
alimentos y bebidas, así como el humo de los inciensos. El ambiente es de seriedad
absoluta, de reflexión; ambiente de tristeza. Los mayores apenas murmuran algo
entre sí. No hay cantos ni rezos, sólo pensamientos de recuerdos; tampoco se
escuchan llantos porque nadie acostumbra llorar. Solamente el viento produce
ruidos con las hojas marchitas que ruedan por ahí. Ese silencio es por momentos
interrumpido cuando se oye algún manazo que se le da a un niño inquieto. Sus
padres de esa manera le piden sosiego, silencio y respeto, mucho respeto porque
hoy es el Día de los Fieles Difuntos y la tradición indica que nada debe alterar
su descanso.
Así
es la costumbre entre los nativos de la sierra Huasteca, los téenek o
huastecos, quienes cada año puntualmente van a los panteones de sus aldeas o
pueblos para recordar a los que han muerto. Pasan la noche en vela y todo el
día siguiente junto a las tumbas, conviviendo con sus difuntos en silencio y a
través de los recuerdos. La costumbre se ha mantenido inalterada desde sus
orígenes, que nadie sabe cuándo empezó.
Pero
esta tarde sucede algo extraordinario, algo que trastoca las rutinas, la costumbre,
la tradición. La gente se siente alterada y temerosa ante la aparición de un
ser fantasmal, enmascarado, que anda bailando entre las tumbas. Se oye música,
pero no hay músicos ejecutándola. La gente mira con incredulidad primero,
asustada después, y huye ordenadamente del panteón. Es gente supersticiosa. Todos
hablan entre sí, tratando de explicar lo que han visto. Unos deciden refugiarse
en sus hogares hasta que se vaya el espíritu maligno, mientras que la mayoría acuerda
ir en busca del sacerdote, el chamán, para contarle acerca de lo que han visto
en el panteón y pedirle que haga algo para expulsar a ese espíritu de
ultratumba, cuyo único objetivo ha sido el de alterar la armonía entre la
comunidad, según han concluido los mayores.
El
chamán escucha intrigado el recuento de su gente. Sabe que existen numerosos
espíritus que rondan en el monte, en las aldeas, en el panteón mismo, pero uno
enmascarado que baila es inaudito; jamás había oído hablar de algo similar.
“Vaya
al panteón”, le suplica la gente al chamán, cuyo rostro se ve más serio que de
costumbre, rostro de preocupación.
El
sacerdote acepta, pero antes de ir tiene que preparar algunas cosas, pues es
posible que deba hacer algún ritual especial para ahuyentar al espíritu
chocarrero. Entretanto, y por precaución, la gente va a sus casas para armarse
con garrotes, hondas y piedras.
Sale
la comitiva rumbo al panteón, con el chamán al frente y la gente atrás, armada
y asustada. Entran al recinto y no es sorpresivo para nadie que el ánima enmascarada
siga bailando alegremente entre las tumbas, al son de la música rítmica pero
espectral. El chamán se acerca con cautela; la gente lo sigue a prudente
distancia.
“¿Quién
eres? ¿Qué quieres aquí?”, le pregunta el chamán al ánima, en lengua téenek.
“¿Acaso
no me conoces? Represento la alegría y he venido aquí porque ya me cansé de
verlos a ustedes tan sombríos y tristes en estas fechas de recuerdos, como si
la muerte fuera una razón de tristeza cuando debería ser todo lo contrario”,
responde el espíritu.
El
chamán y el espíritu hablan por un buen rato, mientras la gente sigue atenta el
curso de la conversación. En cierto momento, el misterioso ser enmascarado
pronuncia unas palabras en una lengua que nadie entiende, excepto el chamán,
quien comprende el mensaje y luego lo trasmite a los suyos. Les dice:
“Este
espíritu es Xantolo que quiere enseñarnos cómo honrar a nuestros muertos con
estas danzas”.
Debido
a sus creencias supersticiosas y luego de haber oído al espíritu hablar, la
gente piensa que más bien se trata de un chistoso que anda jugándoles una
broma. Murmuran todos entre sí y uno de ellos se lo dice al chamán, quien con
un ademán enérgico le pide callarse. Para entonces, el rostro del chamán ya no muestra
señales de preocupación, pero sigue viéndose serio, como es su costumbre. Hace
hincapié a su gente que Xantolo no es alguien de este mundo terrenal, nadie de
carne y hueso, sino un espíritu benefactor como ya él mismo lo ha explicado.
En
eso, y de nueva cuenta, Xantolo dice unas palabras en aquel lenguaje
desconocido para los presentes y de la nada aparecen más ánimas igualmente
enmascaradas que también se ponen a bailar como si todo fuera una fiesta, y no
un día para sentir y expresar tristeza. Advierten que las máscaras son como de
ancianos, lo cual es interpretado como si representaran a sus ancestros. La
música espectral suena más fuerte y rítmica y la gente empieza a moverse con
cierto nerviosismo e incluso temor, pues bailar en un cementerio es, hasta ese
entonces, considerado como una falta de respeto a los difuntos.
El
chamán, con torpeza porque jamás baila ni en las ceremonias, comienza a imitar
los movimientos de Xantolo y de su séquito hasta unirse a esa danza con gran
ánimo. Poco a poco la gente pierde sus inhibiciones y también se une a la
danza. Quienes saben tocar música fueron a sus hogares por sus instrumentos y
luego siguen las notas espectrales hasta aprendérselas.
Ese
día gris, de acostumbrada tristeza, termina con el crepúsculo bajo un ambiente
de gran animación. El chamán y los habitantes del pueblo se retiran del panteón
cuando, con la oscuridad, Xantolo y su séquito de danzantes se desvanecieron,
no sin antes haberles dicho, en lengua téenek:
“Quiero
agradecerles a todos ustedes por haberme escuchado y aceptado terminar felices
este día. Mi agradecimiento es también el de sus difuntos, quienes han
disfrutado de la música y las danzas. Espero que este día jamás sea olvidado
por ustedes y por las generaciones por venir porque celebrar a la muerte es un
acto de júbilo”.
Con
el crepúsculo de aquella tarde diferente, Xantolo desapareció y los habitantes
de esa aldea no sintieron temor. Acordaron ir a las aldeas vecinas para contar
lo ocurrido y explicar las enseñanzas de Xantolo. Así lo hicieron, acompañados
de los músicos que enseñaron a sus vecinos las melodías de esas danzas. Del
mismo modo, los artesanos enseñaron a sus colegas cómo elaborar máscaras
especiales que sirvieran para esas fiestas, máscaras que representaran
ancianos.
De
tal manera se corrió la voz por todos los pueblos de la Huasteca, y a partir de
entonces la gente ha seguido la tradición de organizar danzas con huehues
enmascarados que bailan en las calles y en los panteones con singular alegría
para divertirse, en vez de sumergirse en un momento de llanto y amargura.