EL HOMBRE QUE
PROGRAMÓ SU MUERTE Y FUNERAL
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Leyenda de Tamiahua,
Veracruz
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Existió un pintoresco pueblecito huasteco, llamado Rancho
Nuevo (hoy es un rancho ganadero), entre Tampache y la hacienda de San
Sebastián, dentro del municipio de Tamiahua en el estado de Veracruz. Allí
vivían entre sus pobladores una señora llamada Demasía González Corona,
acompañada de su hija Irene, una joven hermosa de tez morena, ojos aceitunados
y larga cabellera negra. Ellas eran muy creyentes y devotas de la fe católica,
que seguían al pie de la letra, así como de todos los usos y costumbres de la misma.
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Como trágica experiencia tenían la muerte de Abundio Saavedra
Rosas, esposo de Demasía, que en una ocasión allá por la fiesta de todos santos
le dijo a su esposa que no hiciera ninguna ofrenda, mucho menos tlamales, ya
que los muertos no tragaban porque ya se los había llevado la tiznada muerte, y
que a sus padres les iba a prender una vela de chapopote por la espalda. Al día
siguiente, cuando salió rumbo a la milpa, tal fue su asombro que vio a una
multitud de muertos vivientes, algunos gustosos saboreando ricas viandas que
les dieron sus familiares como ofrenda, pero al pasar los últimos, vio una
pareja retorciéndose como de dolor, que lanzaban grandes lamentos llevando una
vela de chapopote prendida debajo de la espalda. ¡Sí! No había ninguna duda:
eran sus padres que lo miraban suplicantes y con reproche. Entonces Abundio
corrió llorando de arrepentimiento, angustia y mucho miedo, llegó a su humilde
jacal y ordenó a su esposa que buscara quien matara un marrano para hacer tamales.
Mandó a comprar cirios de cera virgen, cohetes y también pidió que llamaran a
su compadre Chucho González, el jaranero, y sus músicos, para que tocaran al
día siguiente, junto a las tumbas de sus padres en el panteón de San Juan, por
el rumbo de Toteco y Raya Obscura. Después de haber organizado todo le dijo a
Demasía: “Vieja me siento muy cansado, tengo mucho sentimiento, me dan ganas de
llorar, mejor voy a dormir un rato porque empiezo a ver oscuro, me está dando
mucho sueño”. Y se durmió en un catre que estaba en el patio. Después de dos
horas, cuando salió la primer pailada, Demasía le dijo a Irene: “Anda ve y despierta
a tu padre para que cene; están ricos los chicharrones y los tamales”. Cuando Irene
llegó donde estaba su padre empezó a gritar despavorida; su padre había muerto,
su cuerpo rígido y sin vida, con el rostro lleno de terror y ojos exorbitantes,
como si hubiese visto al mismo tlahuelilo
(diablo).
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Todo se llenó de tristeza y dolor en aquel pueblo, que vio
por vez primera que una persona programara su propia muerte y su funeral.
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Después de este acontecimiento, las pobres mujeres solas se
dedicaron al servicio de la iglesia y de Dios; iban hasta Tamiahua, Tampache,
Temapache, Acala, Hormiguero, Tancochin, Cuesillos y Tierra Blanca, rindiendo
culto a todas las festividades y honrando a todos los santos.
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Versión popular publicada en el libro Cuextecatl volvió a la vida, de José
Reyes Nolasco, y enviada por el autor para publicarse en este blog.